Se me ocurrió escribir este post a raíz de un hecho curioso que me llamó mucho la atención, porque no pensé que de esta forma también se puede cuidar el medio ambiente.
Envuelto de manera involuntaria en los avatares propios de las fiestas navideñas: comprar regalos, envolverlos, ver lo referente a la cena, en fin, todas esas actividades, tan extrañas para mí, dado que mi familia no es tan devota de estas fiestas, fui testigo de un hecho desesperado, pero no por eso menos inteligente.
Los señores – los padres de mi novia- tienen sus propios negocios y cuentan cada uno con un respectivo personal, mi novia ayuda a su mamá a administrar el suyo, y por estas fechas planificaron darle un regalo a cada una de las chicas que laboran para ellos. Como era de esperar el primer dolor de cabeza que me tocó compartir fue ¿y ahora qué les regalamos?
La primera premisa que se estableció es que todos los regalos deben tener el mismo valor, pero no por eso deben ser iguales; recorrer el Mercado Central o ir al supermercado más cercano fue la primera opción para mí, pero fue puesta en la congeladora por mi novia debido al escaso tiempo que teníamos para hacer tamaño viajecito. Es que por algunos percances que no voy a detallar y que quizás sean motivo de otro post, los preparativos se tuvieron que posponer, por eso estábamos con la Navidad encima.
Fue a tres días de la Noche Buena que se le ocurrió la salvadora idea, “a mí me han regalado muchas cosas que nunca he usado y que menos mal he guardado muy bien, están casi nuevas” -me dijo –
A lo que yo, con un rostro de incredulidad y con tono de burla le dije -“¿vas a regalar tus regalos? No crees que se den cuenta, quizás hasta se ofenda”-.
No, nada que ver – me dijo- con la seguridad que te da, la certeza que nadie va descubrir tu travesura. Llegó el agasajo, les dieron los regalos y todos felices y contentos.
Como dije al principio, no tenía idea que de esta forma se podría cuidar el medio ambiente, hasta que me llegó un email a través de las alertas de Google, en dónde la Conselleria de Medio Ambiente de Mallorca instaba a sus ciudadanos a regalar obsequios “que puedan encontrar en su propia casa”.
¿QUÉ…? No lo podía creer, no era una opción desesperada ni una muestra de tacañería empresarial, sino una receta para poder salvar el planeta, y no tenía nada de descabellado hacerlo. Por ejemplo, a mí me paran regalando perfumes y por el asma crónico que sufro, me es contraproducente utilizar esas fragancias seguido, porque me provocaría el tan temido acceso respiratorio. Por eso, que mejor manera de sacarme de encima tan nocivo regalo, brindado por supuesto con toda la buena intensión del mundo, que regalándolo a otra persona.
Ahora entiendo la frase que a propósito de la reunión de Copenhague escuche decir a un comentarista – debido a mi frágil no recuerdo el nombre- “para combatir el cambio climático no solo basta con decisiones políticas, sino también se debe cambiar hábitos y costumbres”. Por eso desde ahora regalaré lo que no uso y así, contribuiré al cambio.
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