Los invisibles se vuelven visibles

Durante el mes de diciembre la mayoría de ciudades del mundo sufre una metamorfosis colorida y luminosa en donde las guirnaldas, los árboles, los nacimientos y sobre todo las luces intermitentes de colores, van cambiándole el rostro a esas urbes capitalistas que gracias al estrés y a la competitividad, lucen frías y distantes durante el año.

Esos cambios, no solo se circunscriben a las fachadas de los edificios, los parques, plazas y avenidas, también sucede algo en las personas, que es difícil de explicar; ese ‘algo’, lo he intentado definir como la capacidad de ver al “otro”, es decir, de poder percibir a los sujetos invisibles como visibles, algo que casi nadie hace cuando camina por la calle.

Lo que se desarrolla en este mes es una catarsis, en la cual la mayoría, busca desprenderse de lo poco o mucho que tiene, para compartirlo con los “otros”; muestra de este espíritu son las actividades para recolectar juguetes, para organizar chocolatadas o repartición de canastas navideñas entre los más pobres; es decir, “ellos y ellas”, sobre todo las niñas, niños y adolescentes son los más beneficiados.

Sin embargo, esa capacidad de desprendimiento es aprovechada por ‘algunos’ de mala manera; quién no se conmueve al ver a una niña, niño o adolescente en la calle con su bolsita de caramelos pidiendo ayuda, como es obvio, la respuesta es todos. Acaso nos preguntamos dónde están sus padres, no, solo metemos la mano a nuestro bolsillo, bolso o billetera y le brindamos un par de monedas para aliviar su pena.

Sin embargo, esas niñas, niños y adolescentes, en la gran mayoría de los casos, cuentan con padres que los alientan a salir a la calle a pedir una limosna, consientes que las personas al verlos, se conmueven. Esa actitud irresponsable los expone a sufrir cualquier tipo de accidente, así como a ser víctima de maltrato, abuso sexual, explotación sexual o trata de personas.

Por eso es necesario aclarar que por ningún motivo esa situación puede ser considerada una forma de trabajo (*); es cierto que todos tenemos derecho a luchar por salir adelante, pero, utilizar a nuestros hijos e hijas de forma irresponsable no es la mejor alternativa. Ellos y ellas tiene derecho a estudiar, a vivir en un ambiente sano y a ser protegidos, no pueden sus propios progenitores enviarlos a la calle y a ver cómo se las arreglan, no, de ninguna manera.

Con este post no intento convencerlos que no le den limosna ni le compren ningún producto a una niña, niño o adolescente, sino que puedan visualizar la película completa, atrás de ellos y ellas, hay una familia, una que los está explotando (en la mayoría de los casos).

(*) Según el artículo 51 del Código del Niño y del Adolescente de Perú, la edad mínima para trabajar es 14 años, sin embargo, por excepción se autoriza a partir de los 12 años, siempre que las labores a realice no perjudiquen su integridad física, psicológica y moral, así como su derecho a la educación. Para trabajar, en cualquiera de los casos, necesita la autorización de sus padres o responsables.