El calor me esta matando, las ideas parece que se derriten en medio de mi cerebro, sin que pueda hacer nada para impedirlo. Todos conversan en la oficina, sus voces son como los chillidos de un bebé en un ómnibus a la mitad del camino– odio cuando chillan- son tan incómodas, pero imposibles, a menos que te bajes, de evitar oír. Sus asuntos deberían ser mis asuntos, sin embargo, no me importan y no es que ya me haya cansado de este trabajo, no, simplemente estoy molesto.
Molesto conmigo por ser irresponsable – el Twitter y el Facebook me tienen embobado- intolerante, engreído y sobre todo pesimista. De eso ella no tuvo la culpa ayer; sin embargo, se vio afectada por mi humor de perros – con el perdón de ellos por comparar mi humor con el suyo-.
Ha tanto llegó mi malhumor que me terminó perjudicando. En mi estado irracional, y Habiendo ya enfilado mis garras en la pobre, evité, por orgullo, pedirle que me prestará un par de soles para mi pasaje. Es que no había previsto gastar más de la cuenta en el cine y cuando me percaté, ya había arruinado la noche y su estado de animo.
Envuelto en mi nube negra decidí esperar a las 10 y 30 de la noche al único bus que me lleva de su casa a la mía, obviando claro, el pequeño detalle que solo pasa hasta las 10. La espera desespera dicen por ahí – no me pregunten quién, qué no sé- y cuando estaba al punto del colapso, decidí llamarla. El celular sonó una, dos, tres veces y nada, la bendita – mi bendita- enamorada, no contestaba. Llegando al colmo de mi deprimente situación le deje dos mensajes de voz, en los cuales le recriminaba por su forma de actuar – conchudo, ¿no?- .
Cansado ya de esperar y sintiéndome desamparado, llamé a mi mamá. Ella me prestaría en casa el dinero del taxi, bueno prestar es un decir porque me lo iba a descontar de mis ahorros, que ella guarda celosamente. Sin embargo, antes de abordar el taxi sonó mi celular. La timbrada era de ella, quién seguro, recién había visto las mías y oído mis mensajes. En una reacción que no entiendo hasta ahora, saque el móvil y lo apagué.
El taxista, comprendió que no deseaba articular palabra alguna y se dedicó solo a manejar, decisión que agradecí. Cuando llegué a casa solo atiné a agradecer a mi mamá y sacar la cuenta del dinero que hasta ese momento había dispuesto de mis ahorros. Me preocupé, así que agarré mi maletín y me dirigí a mi cuarto, cerré la puerta y me tiré en la cama dispuesto a dejar atrás el mal día.
En ese instante decidí prender mi celular y ver si había otra señal de vida de ella. Cuando puede acceder, me di con la sorpresa que tenía varias llamadas pérdidas y un mensaje que decía: ¿qué pasó estás bien? ... ¿Cuándo puedas me llamas, aunque sea muy tarde? Avergonzado por mi actuar, marque su numero, timbro una, dos, tres veces y nada, así que colgué, ella debe estar descansando, me dije, es mejor que no la despierte, además mis timbradas las entenderá como una señal de que estoy bien.
Hoy, al escribir el último párrafo de esta historia, me siento más tranquilo, algo molesto aun, pero convencido que nada dura para siempre, ni la irritabilidad perniciosa. Lo que si me preocupa es la reacción de ella, así que me despido, porque tengo que hacer una llamada....
Molesto conmigo por ser irresponsable – el Twitter y el Facebook me tienen embobado- intolerante, engreído y sobre todo pesimista. De eso ella no tuvo la culpa ayer; sin embargo, se vio afectada por mi humor de perros – con el perdón de ellos por comparar mi humor con el suyo-.
Ha tanto llegó mi malhumor que me terminó perjudicando. En mi estado irracional, y Habiendo ya enfilado mis garras en la pobre, evité, por orgullo, pedirle que me prestará un par de soles para mi pasaje. Es que no había previsto gastar más de la cuenta en el cine y cuando me percaté, ya había arruinado la noche y su estado de animo.
Envuelto en mi nube negra decidí esperar a las 10 y 30 de la noche al único bus que me lleva de su casa a la mía, obviando claro, el pequeño detalle que solo pasa hasta las 10. La espera desespera dicen por ahí – no me pregunten quién, qué no sé- y cuando estaba al punto del colapso, decidí llamarla. El celular sonó una, dos, tres veces y nada, la bendita – mi bendita- enamorada, no contestaba. Llegando al colmo de mi deprimente situación le deje dos mensajes de voz, en los cuales le recriminaba por su forma de actuar – conchudo, ¿no?- .
Cansado ya de esperar y sintiéndome desamparado, llamé a mi mamá. Ella me prestaría en casa el dinero del taxi, bueno prestar es un decir porque me lo iba a descontar de mis ahorros, que ella guarda celosamente. Sin embargo, antes de abordar el taxi sonó mi celular. La timbrada era de ella, quién seguro, recién había visto las mías y oído mis mensajes. En una reacción que no entiendo hasta ahora, saque el móvil y lo apagué.
El taxista, comprendió que no deseaba articular palabra alguna y se dedicó solo a manejar, decisión que agradecí. Cuando llegué a casa solo atiné a agradecer a mi mamá y sacar la cuenta del dinero que hasta ese momento había dispuesto de mis ahorros. Me preocupé, así que agarré mi maletín y me dirigí a mi cuarto, cerré la puerta y me tiré en la cama dispuesto a dejar atrás el mal día.
En ese instante decidí prender mi celular y ver si había otra señal de vida de ella. Cuando puede acceder, me di con la sorpresa que tenía varias llamadas pérdidas y un mensaje que decía: ¿qué pasó estás bien? ... ¿Cuándo puedas me llamas, aunque sea muy tarde? Avergonzado por mi actuar, marque su numero, timbro una, dos, tres veces y nada, así que colgué, ella debe estar descansando, me dije, es mejor que no la despierte, además mis timbradas las entenderá como una señal de que estoy bien.
Hoy, al escribir el último párrafo de esta historia, me siento más tranquilo, algo molesto aun, pero convencido que nada dura para siempre, ni la irritabilidad perniciosa. Lo que si me preocupa es la reacción de ella, así que me despido, porque tengo que hacer una llamada....
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